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Sin más preámbulos que un título a modo de indicación y un corazón —arbitrario, por supuesto— por encima, procedamos a comunicar la manera correcta de abaldiar un terreno.
Para empezar, adquiera, cualquiera sea la forma —legal, ilegal, heredado, prestado, encontrado, o lo abarcable por las relaciones que usted precise cercanas al campo semántico del -ado (no helado)— un simple y seguramente rectangular: terreno. Y voilá, usted tiene, en sus simbólicas manos, un baldío en pañales.
Pero no se confunda. Es necesario que el baldío —como usted— empiece a gatear. Al contrario de lo que las malas lenguas puedan hacerle creer, lo único que usted tiene que hacer, padre primerizo del infecundo yermo, es nada.
La nada fertilizará sus deseos.
Deje a la suerte el terreno, abandónelo. Aleje de usted las esperanzas depositadas. Es imperioso que lo olvide; haga de cuenta como si nunca existió. Si camina por la calle, evite topársele. Si esto le resulta imposible, cruce de vereda. Desentiéndase emocionalmente de su terreno-en-proceso-de-baldío. Podrá despedirse, si así lo desea. Podrá detenerse una última vez, observando su páramo y proyecto, con el cuerpo erguido, el mentón elevado y las manos en sus bolsillos. Podrá encoger el cigarro que pende del precipio de sus fauces, e insultando a sus pulmones mediante la excarcelación del humo ennegrecido, dirá usted adios.
Una vez abandonado, el terreno se quitará los pañales y adolescerá. Sin prisa pero sin pausa, el pasto comenzará a crecer bajo parámetros altamente anti estéticos. ¿Según quién?, se preguntará usted, amante del verdulerío y lo boscoso. ¿Importa, acaso?, le respondo con ímpetu.
Si su terreno es de tipo arbolado, las copas alcanzarán alturas de fantasía para el paisaje urbano. A igual ritmo de crecimiento que los yuyos, comenzará a brotar la vegetación por excelencia de las urbes: la basura.
Está científicamente comprobado que a partir de los tres meses luego del último uso de un terreno, la basura comienza su brutal expansión. Investigadores han llegado a la conclusión de que, luego de un primer poblamiento original (bolsas plásticas, colillas de cigarrillo), inicia la etapa de reproducción, donde las colonizadoras bolsas comienzan a dar origen —debido a la alta incidencia de mutaciones genéticas— a bolsas con otras bolsas dentro, zapatillas, neumáticos, etc. que se acumularan en distintos estratos, como los sedimentos.
Importante es aclarar que si su terreno es de tipo cercado, la basura manifestará un gran impedimento reproductivo autóctono, pero favorecerá las inmigraciones: desechos e impurezas embolsados se elevarán, trazando una parábola exquisitamente calculada, e ingresarán angelados al terreno, eligiendo con perspicacia el lugar de su caída. Una vez allí, vendrán parientes y tíos lejanos. No se crea que la basura quedará allí por mucho tiempo. Nomás transcurran algunas horas, la tierra abrazará lo reciclable, reciclando lo que el hombre, por alguna causa, catalogó de inabrazable. Los residuos volverán a su lugar de origen, y el terreno yermo se fertilizará.
Tendrá usted, entonces, la posibilidad de disponer el baldío según sus deseos artísticos. Piense el terreno como una extensión de su cuerpo. Proyecte en él las ilusiones y todo aquello que lo acongoja. No sea tímido; el baldío lo notará y no hay perdón que cure la ofensa. Trátelo con respeto y el baldío florecerá con usted.
Alrededor del año de haber abandonado el terreno, se producirán ciertos eventos que alterarán la calma del barrio. Podrían llegar a manifestarse ciertos síntomas de que antecederán un malestar aún peor: humanos intentarán aproximarse al baldío. Pasaremos a describir los ejemplares más frecuentes y a detallar el comportamiento a seguir:
Uno (one, un): El hombre – corbata
Pícaro en su sonrisa, un hombre de corbata y frac se le aproximará, embebido en una amistosidad transitoria. Con su cara tensionada, le cederá un papel de tamaño estándar con los márgenes parejos y el texto justificado. Usted tendrá la posibilidad de analizar el rango del hombre-hormiga por su atenencia a las normas de escritura. Pero no se deje engañar por la floritura del discurso ni la elegancia de la fragancia. El hombre-corbata-hormiga no querrá más que adueñársele del baldío, pisoteando su proyecto de mantenimiento de la fauna y flora del residual y extensión corporal, para levantar un centro comercial o una casa vertical con casas más pequeñas en su techo. No ceda a la presión. No tema. Nomás húyale torsionando su cuerpo de manera tal que pueda observarlo con el reverso de su rostro. Luego avance, colocando un pie por delante del otro y alternandolos rápidamente, hasta que no sienta más un cosquilleo inefable en la nuca; las cócleas de sus oídos descansarán en la relajación.
Aclaración — Si usted escucha el taconear de unos zapatos sobre el pavimento, repita las maniobras de escape: la mujer – taco representa la misma amenaza que el mencionado anteriormente.
Dos (two, deux —no confundir con “deus”; el dos todavía no es ningún dios): El que vaga y bundea
Si usted, por alguna de esas casualidades que nos llevan a dirigirnos donde no nos conviene, se acerca al baldío y ve, dentro de él, una sombra, no desespere. Probablemente estemos frente a un despojo del estado, un producto del nada gratificante sistema que enriquece al gordo y aflaca al pobre: el que vaga y bundea. Piedad con el ser que no encuentra más que en dicho terreno la posibilidad de asentarse y descansar por un momento de sus obligaciones diarias. Convídele un pedazo de pan o alguna frazada y será recompensado. No se olvide que el vino cotiza alto, y si es en cartón, mucho más. Amíguese de aquél que ocupa el baldío, y este ayudará a su florecimiento. Si consigue una cortadora de pasto, ¡bienvenida sea!. Podrá enseñarle todo lo que sabe al que vaga y bundea. O, tal vez, quién dice, él le enseñe a usted sobre plantaciones, horticultura, jardinería, plomería, letras, filosofía, y hasta el sentido de la vida misma; cualidades que nunca pudo explorar en profundidad.
Tres (three, troix): Usted
Si, usted, querido lector, lectora. Usted querrá adueñarse del terreno buscando el provecho de la explotación del cuadrado de tierra. No se tiente, déjelo florecer. Nadie lo ocupa en la legalidad, y que así sea. Ay la burocracia. No deje que se aprovechen del baldío para fines macabros. Construya para la comunidad. Haga arte y déjelo a la vista de aquel transeúnte que pispea entre los árboles. Invítelo a colaborar. Difunda su proyecto.
No se lo intenta obligar, lector. No malinterprete el consejo. Usted puede disponer de su terreno y sus actos de la manera que lo vea conveniente. Las anteriores son meras instrucciones, y alguna que otra recomendación.
Pero tenga en cuenta,
mi estimado,
que la conciencia
pesa
t
o
n
e
l
a
d
a
s
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